viernes, 10 de abril de 2009

La elecciòn


Poco después, Mona y Carlos decidieron festejar sus treinta y cinco años de casados. Hicieron una reunión en la casa con parientes y amigos. Victoria invitó a su novio y un grupo de amigos del trabajo y la facultad. Milagros no llevó a nadie. No soportaba la idea de que la compararan con su hermana, o que advirtieran que su papel en la familia era nulo.


Los dìas previos a la fiesta, Milagros los pasò muy cerca de su madre. Obsecionada por ganar su afecto, la ayudò a hacer las compras, a arregñar la casa y a preparar la comida. Fueron unos dìas gloriosos. Pasaban horas juntas y hablaban de todo un poco, familia, religiòn. En esos dìas Victoria se habìa quedado en la casa de novio por lo que la felicidad era completa. Carlos, que llegaba a la noche, parecìa aliviado de ver a su hija animada y activa.


Mona le sugiriò que se comprara un vestido nuevo para la fiesta. Fueron juntas a elegirlo. Mientras buscaban, la madre intentò indagar sobre la vida afectiva de Milagros. confirmò lo que ya sospechaba: su hija viìa en la màs completa soledad, pero se enterò de una novedad: habìa decidido no volver a tener pareja y estaba -segùn sus palabras- enamorada de Dios. "Me quiero morir virgen", le dijo a la madre, con ilusiòn. Habìa pensado que eso harìa que su madre la viera con màs respeto y admiraciòn. Nada màs lejos de la realidad. La madre quedò espantada con la noticia y esa misma noche tuvo una charla seria con su marido.


Pensaron que lo mejor serìa llevar a su hija a un psicòlogo y se lo plantearon al dìa siguiente. Milagros escuchò ofendida. No podìa creer lo que le estaban proponiendo. "Me quieren sacar de encima, por eso me proponen esto", repetìa, desolada. Los padres trataron de calmarla, pero no hubo caso. Milagros atò cabos: la trataban de anormal porque no querìa casarse, como su hermana.


jueves, 9 de abril de 2009

Deseos oscuros




Con el casamiento en puerta toda la atención se centró en Victoria. El poco interès que depertaban las actividades de Milagros se disiparon por completo.

Milagros se convirtió en un especie de fantasma que vivia en la casa, que habria y cerraba puerta y muy de vez en cuando se cruzaba con alguien. Victoria por su parte querìa estar mas flaca para su boda, había empezado a ir a un centro de estética para hacer un tratamiento mas rápido.


Milagros veía con satisfacción lo esfuerzo que hacia su hermana y se paseaba en camisòn por mostrar su físico esmirriado. Era el único punto donde podìa competir con su hermana y ganarle, aunque no le servia de mucho, la delgadez extrema de Milagros acentuaba sus razgos duros y le daba un aire desvalido y enfermo que no la favorecìa. Volvìa a perder entonces frente a la exuberancia sexy de la otra. Pero Milagros pasaba por alto lo subjetivo y concentraba todo en la objetividad de la balanza.




Sentada en la mesa veìa a su hermana sufrir frente a un plato de ensalada mientras los demàs comìan otra cosa. Con gesto preocupado Milagros se atiborraba de comida engordante y se preguntaba sobradora si no estarìa enferma: " Que raro...Me la paso comiendo y cada vez peso menos, increìble", se jactaba mirando de reojo a Victoria para ver su reacciòn.


Una vez que terminaba las comidas iba al baño y vomitaba.




El tratamiento estètico de Victoria abrio un frente de conflicto inesperado: el uso del baño.


En la casa habìa dos, pero las hijas no usaban el de los padres. Nunca se habìan peleado porque tenìan horarios diferentes. Pero ahora Victoria iba al centro de belleza temprano por la mañana, y se bañaba antes. Milagros no tenìa que salir de la casa hasta despues del medio dìa pero insistìa en que no podìa ponerse a estudiar sin tomar una ducha. Las peleas se repetìan cada mañana hasta que Mona tomò partido e intercediò por Victoria.




Milagros atacó, furiosa. Pasò el dìa entero sintiendose victima de otra injusticia màs y a la noche se encerró con su madre para plantear el problema: si su hermana usaba el baño antes, ella perdìa tiempo para ponerse a estudiar, y el estudio era màs importante que la celulitis. Pero la madre no cedió.


Para Milagros, fuè demasiado. Antes de ir a dormir buscò un plato y un encendedor y los llevó a su cuarto. Se encerrò y sacó de su placard un álbum familiar y recortò con mucho cuidado la figura de Victoria. Estudio con odio la figura de su hermana, y fue quemando una por una las fotos sobre el plato, dejando salir sus deseos màs oscuros, pidiendo, en voz baja, como si se tratara de un mantra, que le hiciera el favor de morirse.